martes, 12 de agosto de 2008

LA MUERTE

Nos acompaña contínuamente, golpeando sin avisar de la noche a la mañana, o anticipando su llegada, haciendo más segura y, a menudo, más penosa la espera. No se cual de las formas es menos dolorosa, o quizá el dolor sólo sea posible medirlo en relación a la cercanía de la persona afectada. ¿Es importante la edad? Si una persona ya ha vivido su vida y el encuentro se produce a una edad avanzada, ¿es acaso menos sentido? ¿Se siente más la pérdida de un familiar al que casi nunca vemos o la de un amigo al que frecuentamos a menudo? El roce hace el cariño, dicen. Y ese cariño, esa reciprocidad se pierde con la desaparición del ser querido.
Lo cierto es que la tristeza se instala en nuestro interior. Luego, el hecho deja paso a los recuerdos. Los sentimientos salen a flote y nosotros con ellos, conseguimos respirar como al estar un buen rato debajo del agua, como si saliesemos de otro mundo. Volvemos a la realidad y nos damos cuenta de que tenemos que continuar con nuestra vida.
Adios abuela Teresa.

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